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Ecología y abejas

Abeja en una flor

Sistema de reproducción de las plantas

La evolución de las plantas ha sido paralela a la evolución de las abejas. A lo largo de cientos de millones de años, las plantas han ido perfeccionándose y dotándose de todos aquellos “artilugios” necesarios para su supervivencia en su medio natural y adaptándose a los cambios ambientales. Muchas de las especies vegetales, de reproducción sexual, han ido perfeccionando poco a poco sus sistemas reproductivos, hasta tal grado de eficacia que hoy quedamos cautivados por la belleza de las flores con las que se visten multitud de especies botánicas.

En estas flores se hallan los órganos sexuales responsables de la reproducción de las plantas. Por un lado, el gineceo u órgano femenino, con sus ovarios y su estigma, conducto de unión entre ovarios y el exterior; por otro, el androceo u órgano masculino, con el polen. Para que las plantas de reproducción sexual se multipliquen, es necesario que produzcan frutos que, a su vez, producirán semillas, algunas de las cuales tendrán la oportunidad de dar origen a una nueva planta, que se encargará de perpetuar la especie.

Una flor que contiene los elementos femenino y masculino, solamente será fecundada si un grano de polen del androceo se de deposita en el estigma y sus gametos masculinos discurren por el estilo y alcanzan el ovario de este órgano femenino.

Existen dos formas distintas por las que el polen llega hasta el estigma: por el viento (plantas anemófilas) o por los insectos, (plantas entomófilas). Algunas plantas de este último tipo, se han dotado de unos sistemas muy sutiles para evitar la endogamia: la maduración del polen (elemento masculino) y del gineceo (elemento femenino) de una misma flor, no tiene lugar simultáneamente. Así, el polen maduro de una determinada flor solamente podrá fecundar a una flor distinta, bien de la propia planta o de una planta diferente, pero siempre de la misma especie, si sus óvulos se hallan en su estado de madurez.

Simbiosis entres especies vegetales y abejas

Existe una perfecta simbiosis entre plantas y abejas, generando beneficio recíproco. Las plantas se dotan de sus flores, las cuales, a través de sus colores y/o sus aromas atraen a las abejas, que recogen el néctar y el polen: el néctar como base para la preparación del alimento energético de todos los individuos de la colmena, y el polen como alimento proteico, a la vez que necesario para la segregación de la cera con la que hacer los panales, y de la jalea real para alimentar a la reina y a las larvas de obreras y zánganos.

Como pago a este servicio, las abejas hacen la importante labor de polinizar esas flores. Ello sucede por que cuando una abeja visita una flor, los pelillos que recubren su cuerpo se cubren con los microscópicos granos de polen de las anteras, algunos de los cuales irán a parar al estigma de otra flor dando lugar a su fecundación y a la producción del fruto y de sus semillas.

También hay otros insectos polinizadores, pero son las abejas en un 80 % las responsables de la polinización de las plantas, dado su alto grado de especialización.

El género humano y su dependencia del reino vegetal

Sin las abejas, muchas de las producciones agrícolas no existirían o se mantendrían con unos rendimientos muy por debajo de los actuales y con unos frutos de unas calidades muy inferiores a las normales. Tal es el caso de casi todos los cultivos de frutas, verduras y semillas. Lo mismo puede decirse de gran variedad de especies vegetales a las que no prestamos atención, ya que no producen una rentabilidad económica inmediata o que ignoramos esta rentabilidad, pero que, no obstante, son de un alto interés ecológico. Son plantas de gran valor en los ecosistemas por su responsabilidad en cuanto a la producción de oxígeno, regeneración de la atmósfera, propiciatorias de las lluvias, evitadoras de la erosión de los suelos, barrera contra la desertificación…

A todo lo dicho viene a sumarse el hecho incuestionable de que gracias a toda esta vegetación, sostenida en gran medida por las abejas, existe toda una fauna, con su enorme variedad de especies, que nos proporcionan carne, leche, huevos, lana, pieles…

Nadie ignora que el género humano se sostiene, no gracias a los artilugios mecánicos o a los preparados químicos que salen de las modernas factorías industriales, sino a los productos del campo, ya sean vegetales o animales. La humanidad ha subsistido durante decenas, centenas de milenios sin hacer uso alguno de todos esos productos industriales que hoy nos parecen absolutamente indispensables para la vida, olvidando hoy, a principios del siglo XXI, que lo único verdaderamente vital es nuestra alimentación y nuestro vestido, todo lo cual sale de la madre tierra, es decir, de los nobles frutos de la tierra como son las plantas. La carne que consumimos es materia vegetal transformada por ovejas, vacas, gallinas, etc. Incluso el pescado es tributario de las especies vegetales, cuyas sustancias son transportadas por los ríos hasta los mares, donde sufren nuevas transformaciones para que sean debidamente aprovechadas por las especies marinas para su nutrición.

En nuestros días, dado el alto grado de intervención del hombre en todos los procesos naturales de los reinos vegetal y animal, basado en la introducción de productos químicos que hacen aumentar las producciones, se debilitan las defensas naturales de todas y cada una de las especies, dejándolas a merced, para su subsistencia, de los productos químicos de los laboratorios, con lo que se cierra el ciclo insensato creado por el hombre y a todas luces atentatorio contra el mundo natural en el que nos ha tocado vivir. En esta dinámica se halla insertada también la actividad apícola, pues las abejas, después de la aparición de determinada enfermedad en la década de los años ochenta, no pueden subsistir por sí solas, estando necesitadas absolutamente de la ayuda del apicultor.

La polinización de las plantas a cargo del viento, de algunos insectos y principalmente de las abejas, sigue siendo, hoy por hoy, un proceso natural. Esperemos que por siempre, aunque con las previsibles futuras técnicas de ingeniería genética no sabemos hasta cuándo esto será así.

Con los actuales intercambios comerciales y el consiguiente tráfico de plantas, semillas y especies animales, desaparecen las barreras naturales (cordilleras montañosas, desiertos, mares y océanos), convirtiendo a todo el globo terráqueo en un cajón de mezclas, donde se entremezcla todo lo bueno y todo lo malo (más lo malo que lo bueno) a una velocidad vertiginosa, con lo que se transmiten todo tipo de enfermedades y patologías.

Con todo lo expuesto, queda claro que para que la humanidad pueda subsistir, es necesario que haya gran diversidad de especies animales y vegetales, muchas de las cuales no pueden perpetuarse sin el concurso de las abejas, y que éstas solamente continuarán en la Tierra con los cuidados del apicultor.

Hábitos sociales

En Europa se consume más miel de importación que autóctona, siendo China, Argentina, México y algunos otros países los principales proveedores, con unas mieles de inferior calidad que las nacionales y con unos costos de producción mucho más bajos que los europeos, dadas sus condiciones climatológicas favorables y el bajo nivel de vida (salarios más bajos) los principales factores de estos bajos precios. La importación de mieles de China está prohibida en Europa desde Enero de 2002 por haberse constatado la existencia de sustancias contaminantes. No se sabe hasta cuándo persistirá esta prohibición.

Las mieles de importación pueden ser detectadas por el consumidor en los puntos de venta al público por dos vías diferentes:

  1. En la etiqueta aparece, en letra pequeña, la mención: MIEL DE DIVERSOS PAÍSES.
  2. Se presentan en estado permanentemente líquido debido a los tratamientos térmicos y a las manipulaciones industriales a las que han sido sometidas por parte de las industrias envasadoras, sin el aspecto cremoso, sólido o pastoso propio de las mieles autóctonas adquiridas directamente al apicultor.

Una vez aplicados los márgenes comerciales de los grandes importadores y envasadores de miel, los precios de estas mieles de importación aparecen al público en unos niveles ligeramente más bajos que los de las mieles autóctonas.

En el medio rural, y en menor medida en las ciudades, existen una serie de consumidores que saben muy bien diferenciar las cualidades de las mieles locales y las industriales de importación, estando dispuestos a pagar un precio superior por las primeras. Hay otro sector de consumidores, a quienes no les importa (casi siempre por desconocimiento de las diferencias entre unas y otras mieles) la calidad, el origen, el aspecto, etc. , interesándoles únicamente el precio, con lo que optan por las mieles industriales. También son muchas las personas que prefieren mieles líquidas por su mayor facilidad en el manejo a la hora de consumirla, pero puede constatarse que este sector de consumidores no es consciente de las diferencias en las calidades.

Podríamos resumir diciendo que existen dos tipos de consumidores de miel:

  1. Consumidores de mieles locales, con precio más alto, que saben apreciar las sutilezas de sus aromas, sus sabores y su textura, así como sus cualidades nutritivas y terapéuticas superiores.
  2. Consumidores de un producto de baja calidad y precio más asequible y que se maneja con mayor facilidad en la cocina, salvo que se quiera comer unas tostadas de pan con miel.

El público debe saber que todas las mieles, por su naturaleza, son líquidas cuando se sacan de los panales y que con el paso del tiempo y el descenso de las temperaturas, se espesan y que dependiendo de su origen botánico, se quedarán más o menos duras y en un plazo mayor o menor. Hay dos excepciones, que corresponden a las mieles de acacia y de castaño, que permanecen líquidas de forma natural.

También debe saber el público consumidor, que las mieles que permanecen constantemente líquidas, salvo las dos excepciones citadas, es por que han sido calentadas a altas temperaturas por los envasadores con lo que el producto queda desvirtuado, perdiendo gran parte de sus propiedades genuinas y quedando únicamente un producto dulce, pero sin muchas de las sustancias volátiles que confieren a las mieles sus más valiosas propiedades.

Conclusiones

  1. Cuando en un hogar se compra un tarro de miel, se está con ello colaborando al sostenimiento de la vida vegetal, con todas las consecuencias para el mundo animal y a la existencia de la humanidad.
  2. Si se ha comprado un tarro de miel que se conserva líquida en cualquier época del año, se estará, casi con toda seguridad, ayudando a la vegetación de la Argentina, China u otros países muy lejanos. Lo mismo sucede si en la etiqueta del tarro existe la mención: Miel de países diversos.
  3. Si ese tarro que se ha comprado es de miel sólida o pastosa, o si aún siendo fluida ha sido adquirida directamente del apicultor a las pocas semanas de la cosecha, se estará ayudando al desarrollo de las especies vegetales de la zona, o cuando menos, de la provincia o de la propia región natural.
  4. Los apicultores solamente podrán subsistir si siguen existiendo esos consumidores de miel que exigen calidad.

Se acaba de ver cómo hechos aislados se encadenan y acaban formando un entramado de un calado enorme. La simple compra de un tarro de miel producida en tu zona, es un eslabón fundamental en la cadena ecológica.

El conjunto de la sociedad, todos aquellos que se sienten ecologistas, los agricultores y los apicultores como los más directamente implicados, nos hallamos en deuda con esas personas que compran un tarro de miel autóctona.

Gratitud especial merecen aquellas personas que, además de introducir en la dieta de sus familias un producto natural de cualidades tan excepcionales, están haciendo una importantísima labor ecológica, pues a ellas se debe el que siga habiendo esos apicultores que cuidan de las abejas encargadas de polinizar la vegetación autóctona.

Artículo de Florencio Chicote. Director de la revista “El Zángano” de la Asociación Provincial de Apicultores Burgaleses

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